Tres Haches, fiel a su estirpe – Gustavo Núñez Valero #CrónicasYSemblanzas

domingo 25 de mayo de 2025, 8:00 am

—Me siento muy complacido contigo porque hiciste la mejor gobernación de Boyacá con nosotros —le dijo Belisario Betancur Cuartas a Héctor Horacio Hernández Amézquita una mañana de noviembre de 1986. Tres meses antes, aquel había terminado su período constitucional como presidente de la República.

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Héctor Horacio Hernández Amézquita, gobernador de Boyacá 1985-1986. Foto: archivo familia Hernández Valderrama.

Este reconocimiento se lo hizo en voz alta, mirándolo a los ojos, ante muchas personas que se aprestaban a ingresar a un evento político en el Salón Elíptico del Capitolio Nacional.

—Señor presidente, usted es muy generoso conmigo. Hice de la mejor manera posible lo que junto con su ministro de Gobierno me ordenaron —le contestó.

Los dos ingresaron al recinto y ocuparon los lugares que les fueron indicados.

Mientras Héctor Horacio se acomodaba en su silla, mentalmente trataba de entender lo que acababa de ocurrir. Para sí se decía: “Esto es muy raro. Que un presidente haga públicamente un reconocimiento a un gobernador de Boyacá, siempre tan acusado y vilipendiado, no lo comprendo. Que lo haga personalmente lo entendería como un acto de cortesía, pero que lo proclame en voz alta delante de todo el mundo, no deja de ser algo extraño”.

A mediados de 2024, casi 38 años después de aquel suceso, su gestión como gobernador volvió a ser exaltada en público. Esta vez el reconocimiento estuvo a cargo de Jaime Castro, quien fuera ministro de Gobierno de Belisario y, en consecuencia, su jefe directo cuando ejerció la gobernación.

El encuentro ocurrió con ocasión del fallecimiento de la esposa del exministro Castro, la exmagistrada del Consejo de Estado, Clara Forero. Héctor Horacio Hernández llegó, en compañía de su esposa y sus hijas, a la Funeraria Gaviria, al norte de Bogotá, en donde ella estaba siendo velada.

El exministro, que se encontraba sentado en compañía de sus hijos, varios amigos y muchos allegados, al percatarse de su presencia, dijo en voz alta:

—Ah, llegó el mejor gobernador de Boyacá.

Ante el inesperado halago, el exgobernador le respondió un tanto perplejo:

—Le agradezco mucho ministro, todo se debe a usted.

Después de darle el abrazo de solidaridad a su doliente amigo, se preguntó: “¿Le respondí bien? ¿Qué más podía decirle?”.

Estos dos episodios me los relató en la tarde del 18 de enero de 2025 en el estudio de su apartamento en Bogotá. Hacía apenas dos días había regresado de Santa Marta en donde, en compañía de su familia, disfrutó la temporada de navidad y año nuevo.

El tránsito por la gobernación lo mencionó a propósito de una fotografía de su equipo de gobierno, incluida en un calendario del 2024, que estaba visible en su escritorio y que a finales de 2023, para festejar sus 90 años de vida, le diseñó y regaló su amigo y pupilo el abogado Ramiro Avella Soto. 

—La obra que se hizo en esa gobernación no fue solo de Héctor Horacio Hernández sino de este equipo de trabajo —me indicó señalando la fotografía.

El cargo de gobernador de Boyacá lo ejerció entre el 22 de marzo de 1985 y el 29 de agosto de 1986. En el momento de su designación tenía 51 años y ocupaba una curul en la Cámara de Representantes.

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Acto de posesión de Héctor Horacio Hernández Amézquita como Gobernador de Boyacá. Foto: familia Hernández Valderrama.

Héctor Horacio Hernández Amézquita nació el 15 de noviembre de 1933.

—Cuando los profesores me preguntaban mi lugar de procedencia, les respondía que había nacido en Italia.  Mis compañeros exteriorizaban gestos de incredulidad y desconcierto. Tras una premeditada pausa, les aclaraba que la “Italia” a la que me refería era una de las fincas de mi padre en el municipio de Pesca. Por su puesto, las carcajadas retumbaban de inmediato en el salón de clase.

El preescolar lo realizó en un colegio que regentaban las Hermanas de la Caridad, la primaria la inició en la escuela de la vereda Naranjos y la continuó en el Liceo Pio XII, un colegio privado de Pesca, dirigido por el profesor Carlos Julio Aranguren, discípulo del pedagogo alemán Julio Sieber. El bachillerato lo adelantó en varios colegios: Seminario Conciliar de Tunja, Colegio José Joaquín Ortiz, Colegio de Sugamuxi, Escuela Normal Superior de Varones de Tunja y Colegio de Boyacá. En este último se graduó como bachiller en1953.

A principios de 1954 comenzó a estudiar jurisprudencia en el Colegio Mayor del Rosario en Bogotá.

La inclinación por el derecho le surgió desde cuando estaba cursando el cuarto año de secundaria en el Colegio José Joaquín Ortiz.

A comienzos de 1957 se matriculó en la especialización de derecho penal del Instituto de Ciencias Penales de la Universidad Nacional.

En noviembre de 1958 terminó los estudios en jurisprudencia y la especialización.

Sin perder tiempo, a principios de diciembre de ese año, acudió al Tribunal de Santa Rosa de Viterbo a solicitar la asignación de un juzgado para cumplir con el requisito del año de judicatura. Luego de superar algunas dificultades lo nombraron titular de un juzgado municipal de Duitama. El primero de abril de 1959 se posesionó allí. Seis meses después fue ascendido a juez civil del circuito de El Cocuy, en donde trabajó 14 meses.

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A comienzo de 1961 tomó la decisión de establecerse en Bogotá para presentar los exámenes preparatorios. Por necesitar dinero para financiar su estada en la capital de la República y pagar los últimos trámites ante la universidad, acudió a un sobrino de la primera esposa de su padre, el abogado Guillermo Salamanca Molano, quien le ayudó para que lo nombraran juez primero de ejecuciones fiscales de Bogotá, cargo en el que permaneció dos años. Al término de estos decidió renunciar para ejercer su profesión de abogado y vincularse a la política.

—Mientras litigaba fui sembrando mi nombre para intervenir en política, porque esta se lleva en la sangre. Mi madre era sobrina del padre Antonio María Amézquita, que nació en 1820 y fue rector de la Universidad de Boyacá, párroco de la catedral de Tunja y de la catedral de Bogotá, senador de la República y defensor, en el Senado,  del arzobispo Manuel José Mosquera, hermano del expresidente Tomás Cipriano de Mosquera. Entonces, el padre Antonio María fue un hombre muy importante, orador de primera clase en la época de la Colombia naciente. Después estuvo como diputado de la Asamblea de Boyacá y representante a la Cámara en uno o dos periodos el hermano de mi abuela, Faustino Chaparro. Por último, el hermano de mi madre, Jorge Amézquita Chaparro fue diputado —recordó en una entrevista que le realicé en su apartamento el siete de mayo de 2025—.  Por eso llevo en la sangre la tendencia a ser político.

El primer paso que dio para vincularse a la política consistió en acercarse al por esos días (1962) senador de la República Luis Torres Quintero, quien orientaba en Boyacá el sector ospinista del partido conservador. Lo conoció en Pesca. Allí le expresó su deseo de integrarse a su equipo político. «Él, que era un hombre de buen recibo, de especial simpatía y de un olfato político sin igual, me manifestó que me pusiera a trabajar».

En su juventud y hasta 1957 fue admirador y seguidor de Laureano Gómez Castro. Ese año se desencantó de él por haber tomado la decisión inconsulta de aceptar que el primer periodo del Frente Nacional le correspondiera a un liberal, a pesar de que en el pacto suscrito y ratificado en las ciudades españolas de Benidorm y Sitges se estableció lo contrario.

Con su hermano Sergio, quien tenía un liderazgo político y había sido alcalde, comenzaron a recorrer las 21 veredas de Pesca y a solicitar el respaldo de sus paisanos en las urnas.

Al momento de confeccionar las listas para la asamblea en las elecciones de 1962, Luis Torres Quintero lo incluyó en el segundo renglón. La fórmula la encabezó un condiscípulo suyo, Augusto Cadena Farfán, oriundo de Ventaquemada. Esta obtuvo cinco renglones.

Además de ser diputado entre 1962-1964 fue designado secretario de Educación de Boyacá en 1968 y elegido representante a la Cámara en la legislatura de 1970 y en las dos posteriores. Hizo parte de distintas fórmulas políticas, unas veces como suplente y otras como segundo o tercer renglón.

De manera simultánea con la política ejerció su profesión de abogado en Boyacá y Casanare. Igualmente, mantuvo activa una agroindustria en su finca del municipio de Belén.

A finales de 1981 anunció la decisión de presentar su propia lista a la Cámara de Representantes para el periodo 1982-1986 dentro del movimiento que a nivel nacional dirigía el expresidente Misael Pastrana Borrero. Por disciplina de grupo respaldó la lista al senado de Humberto Ávila Mora. Como compañero de fórmula en la primera suplencia inscribió al abogado Alberto Duarte Moreno.

Los resultados electorales lo favorecieron y el 20 de julio de 1982 asumió por cuarta vez una curul en la Cámara de Representantes. Dos semanas después, el siete de agosto, se posesionó como presidente de la República el abogado antioqueño Belisario Betancur, a quien había conocido en 1955 cuando este dirigía el periódico La Unidad y él estudiaba en el Colegio Mayor del Rosario. Se le ocurrió pensar que en ese periodo podría ser designado gobernador de Boyacá.

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En 1984 Belisario Betancur designó como ministro de Gobierno al abogado moniquireño Jaime Castro, quien había sido condiscípulo suyo en el Colegio Mayor del Rosario, en donde habían establecido una amistad muy cercana.

A medida que avanzaba el gobierno de Betancur, las posibilidades de ser gobernador iban disminuyendo. Tenía claro que esa investidura la lograría solo si su amigo Jaime Castro se empleaba a fondo.

Un día a finales de febrero de 1985, atendiendo una invitación del párroco de Ramiriquí, Ignacio Ardila, viajó a ese municipio a participar en una misa que se realizó en el sector rural. Luego de la ceremonia religiosa y tras compartir el resto del día con líderes locales, regresó a Tunja en donde algunos familiares suyos le comunicaron que de su residencia en Bogotá lo habían llamado en varias oportunidades. De inmediato se puso en contacto telefónico con su esposa, quien le informó que el ministro de Gobierno lo había llamado con insistencia. Como ya era tarde, decidió telefonear al ministro al día siguiente. Así lo hizo. Este lo citó en su despacho a las siete de la noche de ese mismo día. Héctor Horacio asistió puntual. El ministro le preguntó sobre sus proyecciones políticas inmediatas. Le respondió que ya estaba realizando campaña para lanzarse al Senado el año siguiente y él, a su turno, le indagó si se iba a retirar del ministerio para volver al Senado; la respuesta fue:

—El presidente me ha solicitado que lo acompañe hasta el final de su mandato.

Conversaron escueta y cordialmente. El ministro retomó el asunto para el cual lo había citado. Le dijo que el presidente estaba sorprendido por tener que cambiar el gobernador de Boyacá cada seis u ocho meses, situación que le preocupaba de cara a la visita que realizaría al año siguiente el Papa Juan Pablo II a Chiquinquirá.

Héctor Horacio entendió en ese momento que el nuevo gobernador debía estar hasta el final del mandato del presidente.

Jaime Castro poco a poco lo llevó al asunto concreto. Le contó que el presidente le había encargado la misión de escoger al nuevo gobernador y que, de manera oficial, le ofrecía ese cargo.

Tras agradecerle aquella benevolencia, le pidió que le diera por lo menos un día para tomar la decisión correspondiente.

Enfrentado al momento de la verdad, le surgió cierta incertidumbre, por cuanto al posesionarse como gobernador quedaba inhabilitado para presentarse al Senado de la República en las elecciones de 1986, proyecto en el cual venía trabajando desde hacía tres años.

Al despedirse esa noche, el ministro Castro le pidió que tal asunto no se lo comentara a nadie, ya que de filtrarse podrían surgir obstáculos. Le sugirió que le pidiera el visto bueno al expresidente Misael Pastrana, quien en ese momento se encontraba en Buenos Aires.

Dos días después el ministro le informó que Misael Pastrana Borrero llegaría a Bogotá esa noche. Héctor Horacio llamó al expresidente al día siguiente, le compartió el ofrecimiento que le había hecho el Gobierno Nacional y le solicitó su respaldo.

Pastrana Borrero le manifestó que él era respetuoso del fuero presidencial y que en casos como ese no intervenía, pero que si lo llamaban de la Presidencia de la República o del Ministerio de Gobierno daría el exequatur.Le dijo, eso sí, que contara con su visto bueno y con su respaldo. Horas más tarde, Héctor Horacio Hernández conversó con el ministro y le comunicó su decisión de aceptar.

El viernes ocho de marzo de 1985 en las horas de la mañana  el ministro le informó que el presidente había aceptado la postulación suya y autorizado la elaboración del decreto. En las horas de la tarde le informó que el acto administrativo de su nombramiento como gobernador ya se había producido y que, en consecuencia, podía conceder declaraciones a la prensa.

El 22 de marzo de 1985, en acto realizado a partir de las cinco de la tarde en el entonces Teatro Suárez Rendón de Tunja, hoy Teatro Bicentenario, Héctor Horacio Hernández Amézquita se posesionó como gobernador de Boyacá. Lo hizo ante la presidenta del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Tunja, magistrada Lilia Correa Pérez.

Su discurso de posesión lo inició así: «Con la pródiga largueza del señor presidente de la República, del señor ministro de Gobierno y la discreta venia del jefe de mi partido, llego sin recomendaciones y con independencia a dirigir los destinos de Boyacá. Altísimo honor que se torna en grave reto. Estoy seguro de que con la ayuda de mis conciudadanos seré nauta sereno en la travesía del turbulento mar de la administración departamental».

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Recibiendo al papa Juan Pablo II en Chiquinquirá. Foto: archivo familia Hernández Valderrama.

Al confirmarse en mayo de 1985 la visita del Papa Juan Pablo II a Chiquinquirá para julio del año siguiente, el gobernador se enfocó en sacar adelante al departamento en este reto. Su propósito se vio favorecido por el respaldo incondicional que le brindó el presidente de la República, quien, efectivamente, desde un comienzo propició las condiciones que permitieran la financiación de las obras respectivas. La primera medida favorable consistió en la expedición de un documento CONPES que dispuso la asignación de recursos, la exoneración de procesos de licitación y la designación de la Corporación Autónoma Regional de los Valles de Ubaté y Chiquinquirá, CAR, como entidad responsable de la ejecución de las obras, razón por la cual el gobernador buscó la manera de lograr la designación de un boyacense en la dirección de esta dependencia oficial.

—Con la intervención del expresidente Misael Pastrana se consiguió el nombramiento en la dirección de la CAR de un ejecutivo de la misma corriente política del equipo de Gobierno, habiendo recaído en Juan Enrique Niño Guarín, quien se desempeñó con capacidad, idoneidad, diligencia y honestidad.

Este profesional, oriundo de Santa Rosa de Viterbo, había hecho parte del grupo de juventudes que Héctor Horacio Hernández orientaba en la década de los años setenta en las provincias de Sugamuxi y Tundama.

De otra parte y con el propósito de lograr éxito en la ejecución de los trabajos respectivos, el presidente Betancur nombró al banquero Luis Carlos Sarmiento Angulo como supervisor general de los mismos.

Definitivo en esta tarea fue también el concurso del obispo de la diócesis de Chiquinquirá, monseñor Álvaro Raúl Jarro Tobos; del gabinete departamental, de las autoridades locales,  de los comandantes de la primera Brigada, general Ubaldo Franco Aristizábal, ya fallecido y del comandante del departamento de Policía Boyacá, coronel Valdemar Franklin Quintero, inmolado, ya con el rango de general, en el ejercicio de su misión policial en Medellín.  

La visita de Juan Pablo II a Chiquinquirá se realizó sin contratiempos el 3 de julio de 1986. A Chiquinquirá acudieron ese día más de 150 mil personas; unas 100 mil colmaron el parque donde fue instalado el templete en el cual el Sumo Pontífice celebró la eucaristía. El encargado de recibirlo en el Batallón Sucre fue el gobernador Héctor Horacio Hernández, por comisión que le hizo el presidente de la República.

—Este ha sido el honor más grande de mi vida —ha dicho exultante.

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Retirado de la Gobernación retomó su aspiración de presentarse como candidato al Senado, prevalido de su condición de ser, en ese momento, el militante del ospinopastranismo de Boyacá de mayor antigüedad en el ejercicio del proselitismo político.

En las elecciones de mitaca de 1988 alcanzó una curul en la Asamblea de Boyacá y en los comicios legislativos de 1990, tuvo que aceptar la suplencia del primer renglón al Senado, fruto de la suerte a cara y sello con una moneda. Resultó electo y asumió la curul durante los primeros once meses de la legislatura, pues el titular se reintegró ante la inminencia de la suspensión de las facultades del Congreso al entrar a sesionar la Asamblea Nacional Constituyente elegida en diciembre de 1990, como en efecto sucedió.

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Juan Enrique Niño Guarín, oriundo de Santa Rosa de Viterbo, conoce a Héctor Horacio Hernández Amézquita desde hace más de 50 años. A los dos los une una estrecha amistad.

Supo de Héctor Horacio cuando era secretario de Educación, en 1968, pero personalmente lo conoció cinco o seis años después.

—Cuando nos hacemos amigos es al término del gobierno de Pastrana y el comienzo del de López Michelsen, en el 74. Es un momento muy importante porque alrededor de Héctor Horacio rondábamos un poco de muchachos de las provincias de Tundama y Sugamuxi a los que él le gustaba presentar y promover. Ahí es donde me di cuenta de que inspiraba mucho respeto y que, como decía José María Villarreal, tenía “salón”, tenía clase así se tomara sus wiskis. Él siempre actuaba como el abogado rosarista que era. Hablaba muy fino. Mejor dicho, en esas épocas de política tan jerarquizada resaltaba su forma de actuar.

Terminada la campaña para el Congreso en 1974 perdieron contacto, pero se volvieron a encontrar casi 11 años después.

—Luego llegó una circunstancia que nos unió de por vida. A él lo nombran gobernador de Boyacá y a mí, director de la CAR para organizar la venida del Papa Juan Pablo II. Yo tenía como padrinos a los hijos de Misael Pastrana Borrero, especialmente a Juan Carlos. Con Héctor Horacio hicimos una llave poderosísima. En un año largo que trabajamos se transformó Chiquinquirá, el Valle de Chiquinquirá y Ubaté. Se hizo un montón de obras sin el menor escándalo. Nosotros no nos robamos un peso, que es una cosa que hay necesidad de decir de Héctor Horacio. De él jamás se conoció un escándalo, jamás se supo de un torcido que hubiera hecho. Puede tener mil defectos, pero ha sido, es y será un hombre decente, un político decente, lo que parece un contrasentido en estos tiempos. Entonces hicimos una llave extraordinaria y el recibimiento a Juan Pablo II resultó maravilloso. Desde ese entonces, amigos para toda la vida.

A Héctor Horacio lo define como:

—Un político que interpretó su época. Una época donde los políticos inspiraban decencia y le servían a la gente. En medio de las pasiones políticas supo comportarse como todo un caballero.

Sobre su ejercicio como gobernador resalta el hecho de haberlo asumido sin resentimientos políticos.

—Una cosa que le admiro es que sabiendo que no llegó con el apoyo de su grupo político, que le tocó casi en contra de este, nunca desconoció a la gente con la que hizo política durante tantos años. Me explico: a su administración llevó a representantes de todo el pastranismo de Boyacá.

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Con el presidente Belisario Betancur en Tunja. Foto: archivo familia Hernández Valderrama.

Sobre la forma como lo trataron los máximos jefes que tuvo en el movimiento político en el cual militó: Mariano Ospina Pérez y Misael Pastrana Borrero, durante una de las entrevistas que le realicé me comentó:

—Ospina fue un tipo cortés y deferente conmigo. Yo fui muy respetuoso con él. Nunca le pedí nada. Ya cuando estaba ancianito me tomó confianza y con frecuencia me mandaba a llevarle un cuarto de ron viejo de Caldas y una Coca Cola. Fue una confianza especial. El doctor Misael Pastrana fue también muy deferente conmigo, pero fíjate que él no me recomendó. La gobernación se la debo a Jaime Castro.

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Las experiencias vividas con sus padres en la infancia y la adolescencia le produjeron acercamiento y atracción al trabajo en el campo. En especial su padre, diariamente lo levantaba en la madrugada y le asignaba duras y diversas tareas. Por eso, a comienzos de la década de los años setenta se propuso desarrollar una agroindustria.

—A pesar de saber que al campesino colombiano el Gobierno no lo apoya en debida forma, trasladé mi herencia, representada en algunos terrenos en Pesca, más ciertos ahorros provenientes de mi ejercicio profesional, a una finca de cien fanegadas que adquirí en el sector rural del municipio de Belén. Además de encontrarse ubicada en un pintoresco paisaje estaba dotada de abundantes fuentes de agua, tierra fértil y una amplia y acogedora casona.

Allí montó un emprendimiento que desarrolló varios proyectos: Un hato con 50 vacas de producción lechera, inicialmente de raza normanda y luego holstein; una apiario con un considerable número de colmenas, manejado por un técnico en la materia; una granja porcina con 50 cerdos permanentemente; un criadero de truchas que llegó a surtir pedidos de hoteles de Paipa y el Lago de Tota, y una plantación de 300 mil pinos pátula.

Siempre le dedicó tiempo a este frente de acción. Por lo menos dos o tres días de la semana se desplazaba hasta allí. En la época en la cual, por razones de estudio de sus hijos los debió instalar en Bogotá bajo el cuidado de su esposa, él atendía de lunes a viernes su oficina de abogado en Sogamoso durante el día y en la noche se desplazaba a su finca de Belén en donde se hospedaba.

Al fallecer su hijo, quien estaba estudiando Administración Agrícola y se preparaba para asumir el control de esta propiedad familiar, decidió venderla.

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Gabinete del gobernador Héctor Horacio Hernández Amézquita 1986. Foto: archivo familia Hernández Valderrama.

Sobre su comportamiento en la actividad política me dijo en una de las varias conversaciones sostenidas en mayo del 2025:

— Al acercarse la terminación de mi existencia terrenal y cuando he tenido la oportunidad de hablar frente a las comunidades he iniciado con el juramento ante Dios y ante la memoria de mis progenitores de que nunca me apropié de un centavo ni permití que lo hicieran bajo mi mando las personas que me acompañaron. Fue una lección casi genética porque en mi casa se practicaba la honestidad permanentemente.

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En 1952 conoció a Margarita Valderrama Roa, con quien años después se reencontró en Bogotá cuando él era juez. Se enamoraron y en 1966 contrajeron matrimonio. En ese momento ejercía su profesión de abogado en Sogamoso. De esta unión nacieron tres hijos: Margarita Rosa, abogada de la Universidad del Rosario y especializada en administración en Barcelona; Héctor Horacio, fallecido en 2007 en un accidente de tránsito cuando cursaba la carrera de Administración Agropecuaria en la Universidad de La Salle; Laura Victoria, abogada de la Universidad del Rosario, especializada en derecho administrativo.

Su esposa, una mujer de trato dulce, ternura infinita y elegancia impactante, ha sido soporte definitivo en su vida.

La muerte trágica de Héctor Horacio Hernández Valderrama no solo devastó a sus padres, hermanos y familiares sino a quienes tuvimos la ocasión de conocerlo. Disfruté de su trato desde cuando él tenía quince años. Yo era el jefe de prensa de su padre, el gobernador de Boyacá. Era risueño, jovial, pícaro, curioso, inquieto, sagaz, respetuoso y cordial. Acompañaba al gobernador en las salidas a los municipios los fines de semana; con sus chistes, apuntes y ocurrencias nos hacía pasar ratos agradables.

Después de terminada la gobernación de su padre seguí tratándolo y gocé mucho de sus chanzas, de su temperamento afable y de su espíritu optimista, alegre y entusiasta.

Al momento de conocer la noticia de su fallecimiento, la pena quebrantó mi ser. Un frío penetrante invadió mis fibras sensibles y el dolor me sumió en un llanto nacido del alma.  

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Con 91 años y seis meses, Héctor Horacio Hernández Amézquita está vital y lúcido. La chispa, y hasta la ironía, le aparecen en sus conversaciones. Sus carcajadas siguen siendo explosivas y su caminar es seguro, lento, pero rítmico. A pesar de que sus cabellos son blancos, su calvicie, pronunciada y algunos surcos, consecuencia del paso de los años, invaden su rostro, su vigor  y ánimo entusiasta no decaen, antes, por el contrario, contagian a quienes nos le acercamos.

Hablar con él ahora, dueño de una experiencia que le aporta sabiduría inocultable, resulta grato y enriquecedor.

Vive con su esposa en un exclusivo conjunto residencial situado cerca de Unicentro en el nororiente de Bogotá. El edificio tiene cinco plantas, frontis de diseño arquitectónico elegante, tipo europeo, ladrillo a la vista. Está flanqueado adelante y atrás por dos parques en los que se impone la calma y el silencio que de vez en cuando es interrumpido por el canto de inquietos pajaritos que se posan en los frondosos árboles y en las coloridas flores que conforman apacibles y vistosos jardines.

Su apartamento es amplio, de pisos relucientes, cielo raso de pintura clara y paredes sobrias. Su estudio es pequeño pero iluminado, está abarrotado de libros, pergaminos y condecoraciones; sobre su escritorio reposan revistas y periódicos; da contra una terraza ocupada por materas con plantas ornamentales escogidas y cuidadas, con refinado gusto, por su esposa; hasta allí llegan palomas a posarse en las barandas del balcón y colibrís a alimentarse del néctar de las flores; aquellos animalitos deleitan la vista de este curtido político boyacense.

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Rincón del estudio de Héctor Horacio Hernández Amézquita en su apartamento de Bogotá. Allí aparecen las condecoraciones y distinciones que le fueron conferidas durante su vida pública. Foto: Gustavo Núñez Valero.

Durante los casi cincuenta años que lo conozco nunca lo he visto tratar mal a nadie. En su relación personal es amable, cordial y respetuoso. Como jefe lo sentí estricto sí, pero justo, comprensivo y magnánimo.

En su ejercicio político e intelectual ha sido fogoso, batallador, inflexible frente al incumplimiento del deber. No ha tolerado la corrupción, la trampa, la mala fe ni la injusticia. Ha dejado constancia de ello en intervenciones y escritos encendidos, irónicos, agudos, cáusticos y emotivos, utilizando un lenguaje directo, con palabras penetrantes y hasta lacerantes, enmarcados en la oratoria beligerante y osada de algunos políticos que conoció en su juventud y que lo impactaron.

Ha actuado así bajo la convicción de estar defendiendo sus creencias, valores y principios heredados de sus antepasados, es decir, profesando lealtad a su estirpe.

Por la verticalidad que lo ha caracterizado, y, de pronto, por haber rayado en lo temerario, ha tenido varios episodios en su vida que le han causado contrariedades, situaciones de alto riesgo y hasta se ha visto obligado a responder en los tribunales las acciones interpuestas en su contra por quienes se han sentido afectadas por sus aseveraciones y denuncias.

El primer caso que le produjo reacciones enérgicas fue en 1962 cuando tras haber denunciado en la Asamblea de Boyacá que el canónigo y paisano suyo monseñor Adán Puerto había sido despojado de la investidura de obispo de la entonces diócesis de Tunja en una acción que involucraba al gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla, fue amenazado de excomunión por el párroco del municipio de Cerinza. Esta situación no trascendió a mayores, pues algunos días después de aquellos sucesos, de manera imprevista, en la plaza de Bolívar de Tunja se encontró de frente con el sacerdote que desde el púlpito lo había atacado con virulencia. Sorprendidos, se cruzaron miradas fulminantes, pero, de pronto, en sus caras apareció una sonrisa y luego de sus gargantas brotaron sonoras carcajadas. Terminaron entrelazados en un fuerte abrazo.

El segundo ocurrió en 1978 al constatar que en la inspección de Merchán del municipio de Saboyá le habían sido computados a otra lista de cámara cerca de 500 votos que había obtenido la fórmula política en la cual aparecía como segundo renglón, los que, finalmente le hicieron falta para lograr su curul. Hizo señalamientos directos y hasta se desplazó al lugar a recoger testimonios, bajo amenazas contra su vida. Fue intrépido y tenaz. Demandó y ganó todas las acciones. El Consejo de Estado lo reintegró al congreso en 1980 y ordenó el pago de todos los emolumentos dejados de recibir desde el 20 de julio de 1978.

Del tercer caso fui testigo y hasta tuve que actuar en el mismo. El 22 de julio de 1986, cuando se aproximaba la salida de la Presidencia de la República de Belisario Betancur y por tanto, debía darse el cambio de gobernador, apareció en la primera página del periódico La Tierra de Tunja una nota en donde se presentaba la primera parte de una entrevista que el director de ese diario le había realizado días atrás. En esta nota, el mandatario seccional mencionaba algunas de las circunstancias que había vivido durante su mandato y se refería a varios de los integrantes del gabinete. Uno de los secretarios se sintió ofendido por las declaraciones del gobernador, le respondió con dureza y renunció a su cargo. Al conocer la carta de dimisión, Héctor Horacio Hernández consideró que era irrespetuosa, no aceptó la renuncia y en cambio produjo un decreto declarándolo insubsistente. Estalló, entonces, una crisis en el gobierno seccional de manera inesperada que sorteó con tacto político.

Por estar ocupando el cargo de director de Información y Prensa tuve que entrar en acción. Hablé con todos los protagonistas: gobernador, secretario dimitente, director del periódico.

Establecí que, en efecto, el gobernador le había concedido una entrevista al director del periódico para hablar de su vida y de su experiencia como mandatario seccional. Entendió que el producto de ese diálogo iba a ser presentado a manera de crónica dentro del estilo de periodismo narrativo, el cual incluye interpretación del periodista y contexto de los acontecimientos.

La entrevista la transcribió otro periodista y se publicó de manera textual. Además, la primera entrega fue dedicada a las referencias escuetas sobre algunos de los secretarios. Lo correspondiente a la vida del gobernador apareció al día siguiente.

Las alusiones del gobernador a los secretarios, reveladas en el periódico, yo las había escuchado desde mucho antes de que se produjese esa publicación en la voz del mismo mandatario y ante varios de los mencionados funcionarios. En esos momentos no produjeron ninguna reacción porque lo hacía, entre risas, con gracia y humor.

El cuarto suceso desapacible aconteció en 2005 cuando fue publicado el libro “Retrospectiva. Costumbres, verdades y conceptos” el cual es un extenso reportaje del periodista Jaime Julio Chaparro Galán sobre la vida y obra de Héctor Horacio Hernández Amézquita. Este, en sus respuestas, consigna sus memorias.

Muy a su estilo, con una crudeza total, sin tapujos, abordó ocurrencias de la vida política de Boyacá.

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Héctor Horacio Hernández Amézquita en su estudio, en mayo de 2025. Foto: Gustavo Núñez Valero.

Se le conoce como valiente, arrojado y sin pelos en la lengua. Esas actitudes contrastan con una vivencia que me contó el 18 de enero del 2025 en su apartamento.

Me dijo que le había dolido muchísimo la muerte de Gerardo Ortiz Mejía, uno de sus condiscípulos en el Colegio Mayor del Rosario y quizá el amigo más cercano que ha tenido en su vida. Él ejerció el derecho en Bucaramanga y se desempeñó como secretario de Educación de Santander.

—Gerardo fue a visitarme a Sogamoso con su esposa y su hija. Se hospedaron en mi casa y también en mi finca de Belén. Un día estaba almorzando con mi señora en Sogamoso cuando oí las declaraciones de Gerardo denunciando que el sindicato de maestros de Santander le estaba pasando plata a los revolucionarios del ELN. En ese momento dije: “¡Ay Virgen Santísima, lo van a matar!” Al mes lo mataron. Era un tipo queridísimo, godísimo a morir, muy buen intelectual, buen lector. Éramos uña y mugre. Pero eso sucedió.  Lo mataron. En esto hay que tener mucho cuidado.

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En cuanto al origen del apelativo “Tres Haches”, con el cual se le conoce desde muy joven, ha evocado: «No sé si fue mi padre o algún condiscípulo a quien se le ocurrió llamarme así. Yo lo acepté y adopté como un seudónimo y así me firmo en comunicaciones de confianza. El doctor Mariano Ospina Pérez siempre me llamó “Tres Haches”, el doctor Álvaro Gómez Hurtado me distinguió llamándome “doctor Tres Haches”. El presidente Belisario Betancur siempre me llamó “Tres Haches”, así estuviéramos en público o en privado».

Cuenta que en el Congreso le decían “Cuatro Haches” por aquello de que a todos los parlamentarios se les llama con el prefijo de “honorable”. Allí era el Honorable Héctor Horacio Hernández. Revela que uno de sus colegas, con quien tuvo una confrontación le dijo que no era “Cuatro Haches” sino “Cinco Haches”. Ante eso, afirma, «le contesté que el hp era él y, de no ser por un tercero, nos hubiéramos ido a las manos».

Ha dicho también al respecto que: «El herrete de mi pequeña ganadería era ese. Alguna vez un jefe nacional con el que discutimos por alguna razón, me manifestó que esa fórmula de las haches era la del huevo podrido, ácido, mal oliente y que yo lo usaba porque era igual de letal. En cambio, mis amigos más cordiales y cercanos, lo mismo que escogidas amigas, me llamaban “Tres Hachitos”».

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En Yopal se socializó el Plan Nacional de Danza

En Yopal se socializó el Plan Nacional de Danza

El Ministerio de las Culturas socializó en Yopal la hoja de ruta de la danza, que se ejecutará en el decenio 2025-2035, con el propósito  de integrar el rico y colorido folclor llanero al movimiento nacional de danza El encuentro reunió a academias, colectivos de...

Frisby España suspende franquicias por disputa legal

Frisby España S.L. anunció la suspensión temporal de su programa de franquicias, debido a la disputa legal sobre el uso de la marca. La compañía, que había iniciado una estrategia de expansión nacional en busca de socios franquiciados, decidió pausar el proceso hasta...

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