Desde su módulo en la plaza de Los Libertadores, don Luis embellece zapatos y vidas con oficio, humor y 28 años de dignidad en cada cepillada.

Luis Rodríguez, embellecedor de calzado, lleva 28 años dando brillo a los pasos de los duitamenses, desde su rincón en la plaza de Los Libertadores. Mayo 25 del 2025. Foto: Boyacá Sie7e Días.
*Por: Nury Vargas
En la plaza de Los Libertadores, donde el rumor de la ciudad se mezcla con el silbido del viento, hay un rincón donde el tiempo se sienta a descansar. Allí, entre cepillos, pomadas y sonrisas, trabaja don Luis Rodríguez, un hombre que hace 28 años se propuso algo sencillo pero profundo: devolverle el brillo a los pasos de los demás.
Sentado en su módulo -así llama con respeto y propiedad su puesto de trabajo-, don Luis embellece zapatos con la misma delicadeza con la que se acaricia una historia larga. “Somos embellecedores de calzado”, dice con el pecho erguido, como quien honra su oficio desde la dignidad que le da servir.
Nacido y criado en Duitama, cambió el cemento por el betún. “Antes era oficial de construcción, pero hay gente que paga y hay que gente que no paga después de que les hace uno el trabajo y dicen no hay plata”, cuenta sin amargura, como quien aprendió que no todo trabajo es justo, pero sí todo trabajo honesto tiene valor.
Desde entonces su vida se escribe con cepillos y betunes, atendiendo entre 10 y 15 personas al día. “Bendito sea Dios me ha ido bien”.
Tiene 60 años y cuatro hijos. Lleva el sustento a su hogar trabajando de lunes a sábado -el sábado solo hasta el mediodía-. “Trabajar bien, lo único, porque si uno no trabaja bien pues no llega el cliente”, dice, mientras repasa una bota con cuidado, como si al cuero también se le pudiera devolver la esperanza.
“Tengo mis clientes fijos, bendito sea Dios. Es que yo llevo 28 semanas, pero 28 semanas santas…” -suelta la carcajada y corrige- “28 años, sí señora”.
Ha atendido a alcaldes, gobernadores, y se ríe cuando dice que por allí los presidentes no llegan. “Todos los alcaldes, todos. La mayoría tal cual vez, no todos los días, pero sí tal cual vez vienen, lo visitan a uno”, comenta con picardía, como quien guarda esas visitas en una vitrina invisible.
Sus manos, curtidas pero gentiles, dominan el arte de embellecer como pocos. Domina doce colores de betún y si falta uno, “se lo consigo”, asegura con esa mezcla de orgullo y compromiso que define a los verdaderos artesanos. “El betún líquido es para una emergencia, en crema es bueno porque humecta también el cuero”, explica mientras le da vida a unas viejas botas negras.

Sentado en su módulo -así llama con respeto y propiedad su puesto de trabajo-, don Luis embellece zapatos con la misma delicadeza con la que se acaricia una historia larga. Foto: Boyacá Sie7e Días
También es remontador: arregla lo que otros ya daban por perdido. “Mire, se rompen y yo los arregló”, dice mostrando unos tenis reparados con precisión quirúrgica.
Su puesto, ese pequeño escenario donde el oficio es arte, también tiene su humor. “Para limpiar los zapatos de cuero hay que usar extracto de nube, se coge en cualquier llave”, suelta entre risas. “Hay que ponerle picante a la vida”, agrega, como si entre bromas se lustrara el alma.
Luis no es solo un hombre que lustra zapatos. Es un testimonio silencioso de que los oficios humildes también cargan historias grandes. Cada par que pasa por sus manos no solo recupera el color, sino que lleva un poco de su alegría, de su respeto por el trabajo bien hecho, y de esa calidez boyacense que no se compra ni se aprende: se nace con ella.
Mientras la ciudad sigue su ritmo, don Luis permanece allí, firme y amable, embelleciendo pasos ajenos y dejando su huella propia, porque hay quienes caminan y hay quienes como él, buscan que el caminar vuelva a tener sentido.
*Redactora de Boyacá Sie7e Días
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