
Cuando se nace en un país cuya cultura ha sido atravesada por el judeocristianismo, es muy común conocer los relatos bíblicos, incluso si uno es ateo, agnóstico o practica una religión minoritaria en Colombia. Muchos de esos relatos los hemos escuchado desde la niñez.
En mi caso, recuerdo que cuando era niño, mi madre me compró una Biblia ilustrada que tenía tres tomos. Pasaba horas, no tanto leyendo las historias, sino viendo las imágenes y, a partir de ellas, recreando mis propias versiones.
Como lo he dicho anteriormente, al nacer en un país donde, por ejemplo, tanto en los colegios públicos como en los privados hay una fuerte influencia de la religión católica—y también en la cultura misma, con sus fiestas y tradiciones—, uno termina aprendiendo a reconocer ciertos relatos. Por ejemplo, el de Caín y Abel, un hermano que mata a otro hermano.
Creo que durante mucho tiempo me quedé solo con esa imagen del pasaje: la muerte. Sin embargo, en una lectura reciente del libro Vivir con nuestros muertos, de Delphine Horvilleur, encontré una interpretación que me hizo dar cuenta de que, el relato no solamente es sobre el fratricidio.
Como bien sabemos, Caín era labrador; Abel, pastor. Aunque el texto bíblico no explica por qué a Dios le agradó más la ofrenda de Abel, sí menciona que Caín sintió celos. Fruto de ellos, llevó a su hermano al campo y lo mató. Enseguida, Dios aparece en escena —y lo hace de una forma casi poética, caminando por los jardines— y le pregunta a Caín por su hermano. Caín responde: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?” Entonces, Dios lo interpela diciéndole que “la sangre de tu hermano clama justicia desde la tierra” (Génesis 4:9-10,).
Horvilleur dice que, en hebreo no se habla de «la sangre», sino de las sangres. Es decir, que con la muerte que Caín le dio a Abel, no solo murió él, sino todas las sangres posibles. Murieron todos los proyectos, los caminos, las vidas que podrían haber sido si Abel hubiese continuado existiendo (Horvilleur, 2021).
Ahora bien, nosotros podemos ser como Caín. No matamos con un cuchillo, pero sí con las palabras.
A propósito de ello, hace unos días, Irene Vallejo escribió en su columna de El País:
Quien lo probó lo sabe. Una simple palabra puede iluminar el día o herirlo, darte alas o hundirte. Algunas frases despectivas se clavan en el tejido de la memoria y el daño arde a pesar de los años. Un comentario agrio puede agrietar una amistad o helar el deseo que empezaba a nacer. Por eso la hostilidad roba tantos afectos y aciertos (Vallejo, 2025).
Valdría la pena detenernos a revisarnos y preguntarnos a cuántas personas y cuántas de sus posibilidades matamos con nuestras palabras y con nuestra hostilidad. ¿Cuántas amistades, amores, y afectos de nuestros compañeros de siglo hemos mutilado?
Referencias
Horvilleur, D. (2021). Vivir con nuestros muertos. Libros del Asteroide.
Vallejo, I. (2025, junio 1). Por una frasecilla se pierde un gran amor. El País. https://elpais.com/opinion/2025-06-01/por-una-frasecilla-se-pierde-un-gran-amor.htmlelpais.com+1elpais.com+1
La entrada Palabras que matan todas las posibilidades– David Sáenz #Columnista7días se publicó primero en Boyacá 7 Días.
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