
Muchos de los futbolistas juveniles más talentosos que he conocido no han sido frenados por una lesión ni por un bajo rendimiento, sino por algo más complejo y silencioso: la presión excesiva de sus propios padres.
En los campos de entrenamiento se construye el sueño de muchos jóvenes que anhelan llegar al fútbol profesional. Y aunque el talento natural es un punto de partida, la formación integral y el entorno son determinantes. En este proceso, la familia –y especialmente los padres– puede ser el soporte más valioso… o el obstáculo más difícil de superar.
Hay quienes, con la mejor intención, caen en el error de invadir el espacio del entrenador, corregir o criticar decisiones técnicas sin conocer el trasfondo metodológico, y exigir titularidad o posiciones específicas para su hijo sin comprender que en la formación se juega más que un resultado: se forma el carácter, la resiliencia y la comprensión del juego.
En otros casos, el entusiasmo desbordado –creyendo que tienen a un futuro Messi– se transforma en un protagonismo desmedido. Padres que piensan que su hijo ya está listo para un club de élite, y repiten frases como: “Ya es hora de que lo suban a la profesional o me lo llevo para otro lado”. Olvidan que el fútbol no premia la prisa, sino la maduración, la disciplina, el sacrificio y la inteligencia. En lugar de ayudar, este tipo de presión enturbia el proceso y genera frustraciones.
A esto se suma un hecho delicado y profundamente perjudicial: algunos padres llegan a ofrecer dinero para que su hijo sea ascendido de categoría, alineado como titular o incluso para que debute en una división profesional, o creen que la solución es contratar a un representante. Estas prácticas no solo desvirtúan el mérito deportivo y la justicia formativa, sino que envían al joven un mensaje distorsionado.
Y hay algo aún más preocupante: las disputas en la tribuna. Insultos a árbitros, peleas con otros padres, cuestionamientos públicos al técnico… Todo esto ocurre mientras los chicos observan, escuchan y se llenan de ansiedad. Porque el fútbol no se vive solo en la cancha: también se sufre –o se disfruta– desde las situaciones que los rodean.
Por eso, es momento de abrir un diálogo serio entre formadores, directivos y familias. No se trata de alejar a los padres, sino de ayudarlos a comprender cuál es su verdadero rol: ser acompañantes, no entrenadores; ser apoyo emocional, no una presión constante; ser testigos respetuosos del proceso, no una preocupación más.
Cada niño con condiciones futbolísticas especiales necesita un entorno familiar sano. Porque, al final, como decía un experto formador, “el partido más difícil para un crack no siempre se juega con balón: a veces se juega en la casa, en la tribuna y en el corazón de sus padres”.
La entrada El partido más duro de un futuro crack es contra sus propios padres – Luis Francisco Lagos #Columnista7días se publicó primero en Boyacá 7 Días.
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