
En Colombia suceden cosas insólitas, tan insólitas como que un grupo al margen de la ley continúe hostigando a la población civil mientras se declara líder de ciertos ideales. Desde el domingo 14, a las seis de la mañana, el Eln ha declarado un paro armado. Este paro se presenta, según ellos, como retaliación frente a las amenazas de Donald Trump de invadir territorios latinoamericanos. Resulta incluso más controvertido porque, en realidad, a Donald
Trump no se le afecta en nada; sin embargo, durante estos días de paro armado muchísimas personas, en Colombia —en las periferias—, se ven afectadas debido a bloqueos de vías, paralización del comercio y, sobre todo, a la imposición del miedo y la zozobra.
Recientemente entrevisté a una persona que vive en Fortul, en el piedemonte araucano, un municipio de aproximadamente 25.000 habitantes. La persona entrevistada relata el miedo de vivir bajo un paro armado. Ese miedo se parece al aislamiento vivido en épocas del COVID, cuando no se podía salir de casa. Ella decía que, afortunadamente, puede trabajar desde su hogar, pues tiene una oficina adaptada para ello. Sin embargo, plantea que la situación de los campesinos y de los comerciantes es mucho más compleja: todo se paraliza. Nadie puede hacer los trabajos de su cotidianidad.
El paro siembra el terror: aparecen banderas del Eln, las paredes amanecen marcadas y quienes no cierran sus comercios se enfrentan a problemas. Camiones son atravesados en las vías. Entonces uno se pregunta: ¿qué tiene que ver Trump en todo esto? Los verdaderos damnificados son los campesinos, los comerciantes y la ciudadanía en general. En Arauca, por ejemplo, una región ganadera y lechera, ya no pueden continuar trabajando ni procesando la leche. La mujer a la que entrevisté me contaba que vive constantemente
pendiente de que su hijo no esté jugando afuera después de las 5:30 de la tarde, pese a que viven en una casa campestre. Siempre hay zozobra, siempre hay miedo: una bala perdida, un enfrentamiento, algo que puede ocurrir en cualquier momento.
La intención de estos paros armados no es otra que sembrar miedo, aislar a las personas, instaurar el terror. El terror, dice el Documento Nacional de Memoria Histórica, Basta Ya, ha cumplido en Colombia la función de paralizar a la población. Las personas paralizadas no son capaces de exigir justicia, ni reparación ni verdad; tampoco de contar su propio relato. Lo que sucede en Colombia es profundamente triste, porque tal vez tuvimos el tiempo del Kairos, el tiempo de la oportunidad. Ese tiempo pudo haberse dado tras la firma del Acuerdo de Paz, cuando era posible implementar lo pactado para evitar que hoy estemos viviendo nuevamente estas situaciones; para que, quizá, el Eln hubiese decidido seguir el camino de los
integrantes de las Farc que optaron por dejar las armas y participar en la vida política o en otros proyectos.
Sin embargo, ese Kairos, ese tiempo de la oportunidad, se perdió. Hoy lo que vuelve a instalarse es el miedo, en gran medida porque el Acuerdo de Paz no se implementó en su momento. Quienes ganaron las elecciones prometiendo “hacerlo trizas” lo cumplieron mediante su no implementación. El Estado también ha fallado en hacer presencia en estos territorios. La situación del país es difícil y compleja: se trata de un territorio vasto donde no existe una presencia estatal integral, que no se reduce únicamente a enviar Ejército, sino que implica muchas otras acciones.
¿Qué será de Colombia si hoy, en pleno siglo XXI, en el año 2025, a punto de iniciar el segundo cuarto de este siglo, seguimos escuchando que en algunos lugares del país aún se imponen paros armados?
La entrada El terror paraliza – David Sáenz #Columnista7días se publicó primero en Boyacá 7 Días.
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