
Hace unos años leí un libro de André Comte-Sponville, El mito de Ícaro: Tratado de la desesperanza y la felicidad (2015). En la primera parte, el autor menciona que las otras personas nos distraen de lo esencial, de lo verdaderamente importante. Dice que vivimos muy alejados de lo vital. En ese momento me costó comprenderlo; pensé que el libro, con esa expresión, estaba rindiendo una especie de oda al aislamiento o a la soledad. Sin embargo, con el paso del tiempo, he empezado a entender que tal vez lo que señala Comte-Sponville no es muy distinto de lo que plantean los budistas cuando hablan del despertar. O de lo que decía James Joyce al afirmar que la vida es una pesadilla de la que uno desea despertarse.
Vivimos inmersos en ensoñaciones profundamente enraizadas en la cultura, en lo económico, en las creencias… y hoy, en la digitalización de la vida. Por eso, esa idea de que los otros nos distraen de lo vital, me hace pensar en cómo, todo el tiempo, vivimos distraídos de la vida misma. No nos damos cuenta de que estamos vivos. Nuestras energías, nuestras disposiciones, nuestro ánimo están enmarcados casi por completo dentro de la lógica de la sociedad de consumo. Pasamos nuestros días pensando en comprar, en obtener más, en tener más, en trabajar más. Pero en ese afán, nos desconectamos de lo más fundamental: vivir.
¿Y qué es la vida? La vida es lo que acontece. La vida también es lo que no está del todo domesticado. Lo espontáneo. Lo verdadero.
Recuerdo una película: Antes del amanecer (Linklater, 1995). Ahí, los protagonistas, Jesse y Céline, se relatan experiencias pasadas. Ella le cuenta cómo, durante una visita a su abuela en un país de la extinta Unión Soviética, se sintió extrañamente aburrida: no había publicidad por las calles, ni vallas, ni anuncios. El silencio visual la incomodó en un inicio, sin embargo, luego ese mismo vacío le permitió pensar en sí misma. Sin estímulos comerciales que exigieran su atención, comenzó a escribir, a leer, a mirar con atención los monumentos, los lugares, las personas. Volvió a estar con ella misma, a estar viva. El silencio reconcilió sus contradicciones.
No se trata, por supuesto, de una apología a ese sistema político. Lo que sugiere la escena, tal vez sin proponérselo, es que necesitamos espacios donde nuestros pensamientos y nuestra vitalidad no estén completamente invadidos por la lógica del mercado, por una cultura que nos enseña que todo, es para el consumo.
¿Cuántas personas pasamos por la vida sin vivirla realmente? ¿Cuántos de nosotros no logramos despertar de esas ensoñaciones colectivas en las que nos hemos sumido?
Estos días he sentido que esto es la vida: despertar. Dejar atrás ese sueño que llamamos vida, en el sentido del sistema político, económico y cultural en el que creemos con tanta fe. Despertar es darnos cuenta de que todo eso es, también, una invención. Otra ficción. La vida verdadera es ver con otros ojos. Ver cómo se construyen los bosques con la ayuda de los pájaros que siembran nuevas plantas. Ver cómo el sol le da energía a la tierra para que la vida continúe. Despertar —aunque sea por unos segundos— y comprender que todo aquello por lo que nos atormentamos y nos hacemos la vida imposible, no es más que una trampa; una ficción más que nos aleja de lo verdadero, de lo poético, es decir, la verdadera vida.
Referencias
Comte-Sponville, A. (2015). El mito de Ícaro: Tratado de la desesperanza y la felicidad. Paidós.
Linklater, R. (Director). (1995). Before Sunrise [Película]. Columbia Pictures.
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