
Carlos Amaya ya tomó una decisión que marca un punto de quiebre en la política regional y, posiblemente, en la nacional: no renunció. Se quedó en la Gobernación de Boyacá. Y más allá de las reacciones inmediatas, lo cierto es que esta decisión abre una serie de interrogantes que merecen ser analizados con seriedad y desde múltiples ángulos.
Durante los últimos meses el nombre de Amaya venía sonando con fuerza en los círculos alternativos y progresistas como posible precandidato presidencial. Su estilo joven, su narrativa regionalista y su experiencia de doble mandato parecían consolidar una figura capaz de representar a las provincias en un escenario nacional que suele ser centralista. Ese crecimiento político no vino solo: varios de sus aliados —sus alfiles— fueron posicionados estratégicamente en entidades del Gobierno nacional, con lo cual muchos interpretaban que se preparaba una plataforma para proyectarse más allá de Boyacá.
Pero al quedarse, el panorama cambia radicalmente. El gobernador ya no es el posible aspirante que mueve fichas; ahora es el actor que decidió no jugar en la gran liga presidencial. Y con ello, surge una pregunta inevitable:
¿Qué pasará con esas entidades donde sus alfiles hoy ocupan cargos clave?
¿Se mantendrán firmes o comenzará un reacomodo por parte del alto Gobierno? Porque en política, el respaldo suele tener fecha de vencimiento cuando no hay retorno electoral. La Casa de Nariño podría empezar a exigir votos, lealtades visibles, o incluso, poner en duda la continuidad de esos aliados si ya no hay un proyecto nacional boyacense que lo sustente.
Esta situación deja a Amaya en un lugar inédito. Tiene el desafío de sostener su gobernabilidad no solo en Boyacá, sino también en las relaciones con Bogotá, en un contexto donde los respaldos no son incondicionales y la fuerza territorial empieza a medirse por su utilidad electoral.
Ahora bien, también debe reconocerse lo que esta decisión implica desde la ética pública. Decidir quedarse en la Gobernación es, al mismo tiempo, un acto de coherencia con el mandato popular. Los boyacenses no votaron por un trampolín político, sino por un plan de Gobierno que debe ejecutarse en su totalidad. Los campesinos que llevan más de 12 años caminando al lado de Amaya no esperaban un salto al vacío, sino compromiso con lo que se prometió en campaña. Y eso, en estos tiempos, es un mensaje poderoso.
Como administrador público territorial, no puedo dejar de ver en esta decisión un acto institucionalmente valioso. Gobernar no debe ser un paso fugaz en la ruta hacia el poder mayor, sino un ejercicio de transformación real en el territorio. Quedarse en Boyacá es también apostarle al largo plazo, al cumplimiento de metas, y a consolidar un legado que pueda sostenerse con hechos y no solo con aspiraciones.
Eso sí: quedarse no implica comodidad. Amaya ya no será el presidenciable en ascenso, sino el gobernador que rechazó el salto nacional. Eso lo expone a nuevas tensiones, mayores exigencias y una mirada más crítica tanto desde el Gobierno nacional como desde la opinión pública.
Por ahora, lo único claro es que el reloj sigue corriendo, que las entidades donde hay representación boyacense empiezan a generar ruido, y que el presidente —si así lo decide— puede mover las fichas como mejor le convenga.
Carlos Amaya se quedó. El futuro político se redefine. Y Boyacá, como siempre, será el primer escenario donde se sientan las consecuencias.
¿Le pasarán factura desde la Casa de Nariño o lo sostendrán como un jugador clave en el mapa nacional? El poder también lo tiene usted, lector. Si quieren seguir destapando las jugadas, aquí los espero… en la próxima columna.
“Esfuérzate en ti mismo más que en cualquier otra cosa porque si eres más inteligente, más valioso y con más habilidades, podrás agregar más valor a los demás”
La entrada Amaya se quedó… ¿y ahora qué va a pasar? – Edisson Fabián Barrera Cendales #ColumnistaInvitado se publicó primero en Boyacá 7 Días.
0 comentarios